RÍO DE AGUAS NEGRAS

Voces de la violencia en Casanare.

Por Max Cristancho

Para el mundo somos una terra incógnita aún por descubrir.

Casanare proviene del vocablo sáliba Casanari, que significa Río de Aguas Negras. Este Río de Aguas Negras, no solo es coleo, hato y parrando llanero, también son historias cruentas, empolvadas por la censura en un rincón del armario, normalizadas y sepultadas en el baúl de los recuerdos más dolorosos de quienes lo vivieron. Lo que contaré en estas páginas no tiene una cronología específica. Es ensayo, testimonio, crónica y poesía. Es llanto y rabia, venganza y esperanza; es la vida misma: cruel, acallada, con pequeños eventos de justicia; es como el azar: insólito, inevitable; es una reterritorialización, una literatura menor.

De esto casi nunca se habla. He intentado hallar el por qué, en vano, pero algo me dice que esa palabra tan vieja tiene mucho que ver: Honor. Cuando la dignidad del ser humano es corrompida, supongo que lo que más se desea hacer es poder olvidar, ocultar. Me permito citar a Gabriel García Márquez, la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado. Esa corrupción del honor es como si nos quitaran un pedazo de lo que nos conforma como seres humanos, como si de repente pasáramos a estar en un segundo nivel, quizás por esto casi nunca se habla de violencia sexual. Las víctimas no quieren ser miradas y sentirse degradadas, intentan sobrellevar el pasado. O quizás las voces victimarias se le hundieron en el subconsciente con un no le diga a nadie y así lo sellaron con el acto deshumanizado de un pero nunca lo olvide, dejando baúles herméticos.

Yo me he dado a la tarea de abrir ciertos espacios de la memoria de mi familia, de conocidos, de Casanare y de mí. Una tarea empírica, ir tomando retazos de memoria por uno y otro lado, escuchar en silencio el dolor que desgarra las entrañas, tener que seguir socavando bien hondo y ver como las voces tiemblan, se resisten al llanto, y de repente, se acallan, los ojos brillan, agachan la mirada y luego, vuelven a hablar, mirando a un punto fijo, como si las paredes les prestaran su firmeza. Ahora que ya he descrito las sensaciones de la experiencia, no queda más que introducir al lector en esta polifonía visceral.

Era una niña de vientre henchido, de noche prematura, de unos siete u ocho años de edad, precozmente libre, y ya en ocaso. Que se transformó en violado recinto de existencia fugaz, en niña con dos vidas a cuestas ¡una malgastada y otra apenas de relleno! que vivió a las afueras de Yopal y atesoró ingenuamente en su entraña desgarrada de bajeza humana, el frío de la inefable oscuridad del desamparo. [1]

Recuerdo ese vecino, su rostro, sus manos, pero no recuerdo su nombre, creo que es lo mejor. Yo me había quedado a jugar en la casa de la vecinita Doris, que era una viejita muy buena, preparamos el almuerzo juntas. Llegó la noche, me dio sueño, así que le dije al vecinito, que era un viejito muy amable, que si me dejaba dormir en la cama. Me acosté, sentí a lo lejos que la vecinita decía, ya veeengo. Me pregunto ahora después de tantos años, a dónde fue. Me acurruqué en la cama y me quedé dormida. Una sombra moviéndose por el cuarto me despertó, alguien estaba subiéndose al catre, se acercaba a mí, yo no abrí los ojos, no moví un dedo, esperé a lo que pasara. Entonces el vecinito empezó a acariciarme la cabeza, luego pasó la mano por mi hombro y después la bajó a la cremallera de mi falda-short. Tenía mucho miedo, seguía acurrucada e inmóvil ¿por qué el vecinito me estaba quitando la ropa? era algo que no entendía a esa edad. Me movió con extrema delicadeza para “no despertarme” y… entonces el vecinito me abrió las piernas, tenía mis cuquitos y mi falda-short en los tobillos, y empezó a tocar mi vagina con sus manos grandes y ásperas. Temblaba y pedía que la vecinita llegara rápido ¡Mami! ¡Mami! ¿Dónde está mi mami? Metió sus dedos gruesos en mí. Ardía. ¡Por favor que alguien llegue rápido! ¡¡MAMÁ!! ¡Vecinita! ¡No quiero! ¡por favor! Mami… Me moví como si el sueño me estuviera perturbando, al instante sacó sus dedos de mí, subió mi ropa en un segundo, y se quedó expectante, mirándome, pensando que me iba a despertar, pero me quedé incluso más tiesa que antes. Él volvió a acercarse, me bajó de nuevo la ropa y metió sus dedos en mí. ¡Auch! Sentía caliente el cuerpo, dolía ¿por qué me estaba pasando eso a mí? Y aún sigo preguntándome ¿por qué?. El vecinito empezó a lamer mi vagina. Qué asco ¿por qué estaba haciendo eso? ¡Mamá! ¡¿por qué no llega nadie?! ¡Muévete Gabriela! ¡Sal de ahí! El vecinito seguía haciéndome daño, yo lloraba contra la almohada sin hacer ruido, me abría las piernas para chuparme y llenarme de saliva, pero yo no podía moverme. Mi cerebro le pedía a mi cuerpo que se moviera, que dejará de actuar dormida, que hiciera alguna maldita mierda para huir de ese horrible hombre… pero no podía, tenía miedo. ¿Y si intento escapar y es aún peor? ¿Y si me golpea? No quiero morirme, mamá… Él estaba bajándose los pantalones, acariciándose y haciendo ruidos que yo no entendía, hasta ahora. Entonces, sonó los ladridos de los perros, alguien estaba entrando a la casa, alguien venía a salvarme. El vecinito me subió la ropa, corrió al baño y se encerró. Yo me quedé un momento en la cama, ahogada, las lágrimas me corrían por la cara. Al reaccionar, me paré, salí a la puerta y le grité a la vecinita que ya me iba para mi casa. Bueno mijita, venga otro día y hacemos un arroz con harta pega, como le gusta. Sí señora, gracias por todo, después de decirle eso corrí a mi casa, corrí tan rápido como pude, al llegar al portón lloré como nunca antes una niña de siete años había llorado. Entré. No había llegado nadie, solo estaba yo, una enorme casa y el dolor en mi cuerpo.

Ahora que han pasado diez años desde ese momento, las cosas han cambiado para mí. Yo decidí perdonar para poder seguir con vida. Los he perdonado a todos ellos, pero ahora he de perdonarme yo. Olvidar estos eventos es imposible. Todos los días son mi lucha. Tengo sueños ahora. Estoy corriendo tras ellos. Sin embargo, muchas mujeres siguen siendo territorio de guerra. Casanare ocupa el segundo lugar como departamento con la tasa más alta por cada cien mil habitantes en la comisión de presuntos delitos sexuales (132,71)[2], con la ocurrencia de 498 casos. Además, los municipios de Paz de Ariporo (315 casos), Orocué (285) y Sabanalarga (280,1) ocupan el tercero, cuarto y quinto puesto respectivamente, a nivel nacional entre las localidades con las tasas más altas por la misma conducta. En lo que concierne a valoraciones médico-legales ordenadas por la comisión de presuntos delitos sexuales, el primer lugar es para Yopal con 195 valoraciones ordenadas, seguido de Paz de Ariporo con 83, Aguazul con 48, Villanueva con 31, Orocué con 24, Monterrey con 20, Hato Corozal y Tauramena con 18 casos cada uno, Pore con 14, Maní y Trinidad con 12 cada uno, Sabanalarga con ocho, Nunchía con cuatro, Támara y San Luis de Palenque con tres casos cada uno, Recetor y Sácama con dos casos cada uno, y Chámeza con un caso. El 88% de estas víctimas de presuntos delitos sexuales en Casanare fueron mujeres, es decir, 438 casos de violencia sexual.   


[1] “Semáforo con vientre henchido”. Tamara Adrián, Caracas, 1954.

[2] El diario del Llano. Orlando Correa. 8 Julio 2019.