RÍO DE AGUAS NEGRAS:

Por: Max Cristancho

“…Pobre niña de infeliz trenza,
tienes los pies llenos de piedras,
el cuerpo violado por la noche,
la cara más triste que tus muñecas.
Pobre cántaro de barro
que guarda lágrimas, luz de luna, murmullos de selva,
baladas desconsoladas y los ruidos de la frontera.”
—Ossiel Puch Llanes.

336 lágrimas fueron derramadas en el río de Aguas Negras, brotaron de la boca de 336 cántaros que guardaban agua turbia, la misma cantidad de casos de abuso sexual a menores que se denunciaron en Casanare en 2017. 336 casos que se nos hacen muy lejanos, números que no tardan en diluirse en las cuentas de nuestra memoria como un dato cualquiera. En la orilla del río, siempre se escuchan los guijarros golpearse contra las lágrimas de ellas y de otras pero siempre terminan llevados por el cauce. Ojalá fuéramos guijarros, pero somos vasijas de barro y nunca es así. Envejecemos y la memoria choca con la corriente, volviendo a la niñez, cuando llorando cantábamos a orilla de ese mismo río, como Mercedes Sosa canta “Barro tal vez”:

Si no canto lo que siento,
me voy a morir por dentro.
He de gritarle a los vientos hasta reventar
aunque solo quede tiempo en mi lugar.

Ya no queremos ir llenas de agua, ni del ayer ni del mañana, queremos a los cuatro vientos gritar que la violaron, que me violaron, que nos violaron, que ahora somos un cántaro derramado en el río. Así llegué a Paula, ella una poeta, estudiante, emprendedora, fumadora de Lucky. Unidas inevitablemente por la academia, nos acercamos sin saber porque nacimos
en la misma orilla, cántaros rebozados que en una de esas vueltas que da la vida, compartimos caladas que avivaron el deseo de viajar a nuestras infancias violentadas: Recuerdo que cuando tenía siete u ocho años un señor me besó y me manoseó en la finca de mi abuela y nadie se enteró. A los 14 años mi novio abusó de mí en mi casa, mi primer novio abusó de mí, ni siquiera lo recuerdo bien, mi memoria ha hecho un esfuerzo por olvidarlo, y sólo recuerdo el antes y el después. Le dije mil veces que no. Me llevó, me desvistió a la fuerza y me violó. Le dijo a todos que “me había quitado la virginidad” cuando realmente lo que hizo fue abusar de mí. No siendo suficiente el man difundió fotos íntimas que me obligó a tomar con la excusa de que era mi novio y que podía exigirme eso, insistió tanto que yo cedí para que me dejara en paz.
Recuerdo sus palabras al decirme: escucha mi historia y la de mis amigas. Escribe, poder contar nuestra historia, nos da algo de poder:

Recuerdo que a mi mejor amiga la violaron dos de sus primos durante cinco años y nunca pasó nada, también recuerdo a una amiga que violaron mientras dormía porque estaba muy ebria. Un man la violó, la grabó, aún siendo menor de edad. Luego le envió el vídeo burlándose de ella, la chantajeo. Mi amiga no titubeó, hizo público todo pero él se hizo la
víctima, y no pasó nada.


Ahora aquí estoy, intentando moldear este canto de barro que habla en nombre de nosotras, las que no quieren ser más cántaros que guardan el agua sucia de los hombres, que están cansadas de guardar silencio.
Recuerdo que una pareja me obligó a tener sexo con él, insistió tanto que accedí para que dejara de hostigarme y de acosarme, esto fue en Bogotá, en el apartamento, y no quise hacer gran problema porque estaba mi abuela ahí. Y aunque nuestras bocas se pudran por callar, cantamos como Mercedes, porque preferimos ese remedio antes que morir por dentro:
Nunca supe qué cosas me pasaron hasta hace unos años. No me di cuenta. No lo entendía. Era una niña. Cuando entendí lo que me había pasado, fue como si acabara de pasar, todo se repetía, de nuevo me sentí vulnerable, tuve miedo, entré en depresión. Vivía aterrada de salir y me imaginaba que en cualquier lugar alguien me iba a violar y que de nuevo, no haría nada, no pasaría nada. ¿Por qué nunca pasa nada? ¿Por qué nos violan y nos amarra el silencio? ¿Por qué la justicia sigue indiferente ante estas niñas? ¿Por qué Paula deja en mis manos inexpertas lo que el Estado no pudo reparar? ¿Por qué nuestro consuelo es decir “a mí también me pasó”? En Casanare no hay justicia para las niñas.


Cuando mi mamá supo, fuimos a la Secretaría de Yopal, pero no fue de mucha ayuda. Me pidieron muchas cosas, muchos detalles y pruebas que claramente no tenía, así que nunca se hizo nada legalmente, nadie me ayudó. Y así como mi caso, hay muchos, los conozco por Cayena, la colectiva feminista, muchas niñas llegan a contar su historia. Lamentablemente,
no conozco a ninguna que haya tenido justicia.


Se estima que 620.418 mujeres guardaron silencio por miedo a sus agresores, por no saber dónde denunciar, porque aunque sabían donde no tenían las pruebas suficientes para el Estado, porque tenían miedo a que las juzgaran, las apartaran o las asesinaran. La cosificación de las infancias es una problemática alarmante, las niñas ya no pueden seguir reparándose entre ellas mismas, a las curitas se les quita el adhesivo, el agua fétida sale de las grietas y pudre sus futuros. Lo que te cuento me ha afectado tanto que me da pavor cuando un hombre se me acerca, no puedo evitar sentirme desprotegida. En mi mente ruego que se aleje, que deje de hablarme o poder desaparecer, pero no puedo reaccionar, me quedo anclada en el recuerdo y solo me congelo.
Paula ya no es una niña es ahora una mujer que nunca tuvo justicia. Las mujeres que crecen miran sus espaldas al caminar, las mujeres se dicen me llamas al llegar, las mujeres se avergüenzan de su cuerpo, las mujeres corren al baño a llorar, las mujeres ya no tienen amigos hombres, las mujeres no pueden estar solas, porque les puede volver a pasar. El
mundo no quiere a las niñas. El mundo es un falo enorme que nos vierte su agua de alcantarilla porque somos para él un recipiente que sirve para guardar, conservar y transportar líquidos, nada más.


Estos 336 cántaros llenos de lágrimas, de Paula, de sus amigas, de mí, de niñas y de mujeres jóvenes, han tenido que hacerlo solas. Cuentan sus historias para arrojar el agua turbia que las obligaron a guardar, para arrojarse a sí mismas contra el piso porque la justicia no las levantó
reparadoramente y las vació. Paula ya no es un cántaro de barro que guarda lágrimas, ni agua turbia, es ahora una canción que viaja a la niñez para curarse las heridas. Somos nosotras, que tomamos todo lo que sentimos, los trozos de cántaro y el agua sucia y como Mercedes vamos
volviéndonos canción, volviendo a ser barro para moldear nuestras vidas con nuestras propias manos, como debió ser desde siempre.

Ya lo estoy queriendo,
ya me estoy volviendo canción.